martes, 19 de enero de 2010

Hijos de Luna.

Alejados de la gente como sombras conjugadas
en el infinito de una superficie
de Orión poblada por criaturas con sentimientos comunes y corrientes.

Buscamos la soledad y la oscuridad
como único refugio
para nuestros pecados y fantasías.

Los arboles, espectadores de primera fila.
Luna nos observa con detenimiento.
Su cuarto creciente escudriña con recelo por no sentir algo parecido
a los besos que me arrebatas.

Mordidas de desenfreno.

Nos mira y nos tiene envidia,
recordando su juventud y el no soportar que alguna vez fue humana.

Somos hijos pródigos de Luna, entregados a un lema
que sólo una Princesa y un poeta pueden entender y saborear.

Tu miedo aplaca la tentación y la entrega
por completo al deseo carnal.
Deseo y me acaricies más, vamos no te detengas, llévame al desenfreno.

Mi valquiria.

Tuyo soy.
Cada molécula en mi ser tiene tu nombre programado.
Escribe una carta encontrando "Amor" como remitente.

Pídele que el nuestro nunca se acabe.

Yolanda.

viernes, 15 de enero de 2010

Eran las tres veintinueve.

Eran las tres ventinueve de una noche fría de diciembre.
Cuando el laud de los ángeles se escucha.
Cuando el sueño eterno te recibe en brazos.
Y la sonrisa y tu mirar se apagan.

Eran las tres veintinueve y el reloj no mentía.
¿Has levantado su mano al morir?
Es dura y pesada como el acero.
Todas tus células se detienen y un llorar estalla,
desde lo más profundo del corazón.

Le toqué su alma al despedirse,
mientras sus ojos y boca cerraba.
Hasta en tu último suspiro luchaste,
mientras te pedí -No te vayas.-
Todavía te recuerdo.

Te recuerdo y nada.
Que más da sufrir, que más da llorar
a las tres ventinueve de la madrugada.

Los ronquidos cesaron y tu última lágrima
quedó en mis manos.
Cómo gota imperdonable de dulce,
preservada en copos de nieve.

Un Nunca Muere surcó el cielo y cruzo el abismo.
Un Nunca Muere se fue contigo.

El dolor calló y el viento impetuso hizo capricho en su llanto.

Hasta el viento honró con ritos en Fa menor.
Hasta el sol no quiso despedirse.

Tus ojos pararon de contar alegrias pero tu corazón no quiso dejar de latir.
Lo sigue haciendo conmigo.

Y eran las tres ventinueve.



Descansa en paz, madre mía.